
Hacía rato que la tarde había caído sobre la vieja ciudad de Londres, y con ella las viles alimañas que habitaban en ella comenzaban a despertar de su letargo diurno. Por los oscuros nauseabundos callejones se podían encontrar desde vulgares ladrones hasta mendigos harapientos. Y es que, la noche descubría una cara muy diferente de Londres: una faceta malvada, hedionda y siniestra.
Nunca me gustó esta ciudad. Paseo indiferente observando con desdén a los marginados sociales que habitaban en el callejón, retorciéndose en sus agonías. La mayoría estaban medio desfigurados, vestidos con harapos y mendigando una compasión que bien sabían imposible de conseguir. Me parecían despreciables, seres corruptos llegados en su mayoría a su situación como producto de una vida auto-destructiva basada en el dinero, el juego y el alcohol. Son repugnantes, y he de decir que jamás en todos mi años como shinigami, he conseguido ni creo llegar a conseguir entender a los humanos.
Su existencia me parece francamente miserable, pues, ¿Cuánto dura una vida humana? ¿Setenta, ochenta años, con suerte? Lo cierto es que la mayoría de los que habitan en este callejón no llegarán a los cincuenta, y yo me encargaré de ello.
Soy un shinigami modelo, trabajador innato y eficaz como el que más. Puedo decir con orgullo que ninguna queja pesa a la espalda de William .T. Spears, y que para mí mi trabajo como Dios de la Muerte.
Mi tarea consiste en recolectar almas, clasificar los recuerdos y por último rellenar los informes, y debo decir que en todos mis años como shinigami, aún no me he cansado de todo esto.
Debo decir también que en tantos años he pensado bastante sobre la existencia del ser humano. ¿Acaso merece la pena? Por lo general, los humanos terminan cayendo en esa rutina que tanto temen: trabajan, se juntan, tienen descendencia y tras unos pocos años, mueren. ¿No es acaso una ridiculez en comparación con nuestra vida eterna? ¿Qué sentido tiene el nacer para después morir, o peor, para acabar como la escoria de este callejón? ¿Cuál es el fin de una vida corta y repleta de sufrimiento y desdicha? ¿Acaso compensa? Porque, ¿qué hay después de la muerte humana? Sus recuerdos quedarán archivados en las frías salas de nuestra biblioteca, así como su cuerpo se pudrirá, quedando reducido a la nada.
Y aquí comienza mi trabajo. Con precisión, comienzo a segar las vidas de los moribundos de un certero tajo de mi guadaña, Ellos no pueden verme, pues tenemos el don de hacernos visibles o invisibles al ojo humano a voluntad.
Es curioso cuando un humano muere. Aunque sepa que está enfermo, aunque sepa que va a morir, siempre muestra cierta sorpresa, como si no se lo esperara.
Esto ya es para mí una rutina, y cada vez más, los humanos me parecen iguales, todos igual de patéticos. Sé que con esto puedo parecer un monstruo, pero ¿no es acaso normal después de centenares de años segando vidas?
Permanezco impertérrito, presa de un mutismo absoluto. Avanzo inmutable por el callejón, llevándome conmigo todas las almas que aparecen en mi lista, observando como las vidas escapan de sus respectivos cuerpos. No dejo ni una, no me olvido de ninguna, siego todo atisbo de vida con mi guadaña, y cuando no queda un solo ser vivo en el callejón, trepo de un salto a uno de los tejados, observando el reguero de cuerpos tirados en el suelo, yermos, fríos, muertos. Me subo las gafas con la punta de mi guadaña, echando una última mirada de satisfacción y aprobación al callejón, pues soy un amante del trabajo bien hecho. Miro mi reloj de bolsillo, corroborando que he terminado en menos tiempo del que esperaba. Paseo por los tejados de esta oscura ciudad, observando a la gente caminar apresuradamente por las calles. Puedo sentir su miedo desde aquí, saben que “algo” les observa. No puedo evitar que una sonrisa aparezca en mi rostro, rompiendo por un momento mi seriedad. Sé que parece cruel, pero, ¿acaso no se puede disfrutar con tu trabajo...?