miércoles, 9 de diciembre de 2009

Willkomen

Willkommen…

In der Dunkelheit!
In der Dunkelheit!
In der Einsamkeit!
In der Traurigkeit!
Für die Ewigkeit!

Willkommen
In der Wirklichkeit

Und wanderst du
Im tiefen Tal
Seid ihr bereit?

Und sei dein Dasein
Ohne Licht
Seid ihr soweit?


Fürchte kein Unglück,
Keine Qual
Macht euch bereit




Wiener Blut, Liebe ist für alle da, Rammstein.

martes, 24 de noviembre de 2009

Seremos libres

-No quería matarte... solo verte morir.

-¿Por qué?

-Porque entonces te hubiera querido.

-¿Sólo entonces?

Él la miró a los ojos.

-Creo que sí.

-No te mueras...-murmuró ella.

En sus ojos apareció un ligero rastro de sorpresa. La sangre que manaba de su rostro había teñido su cuerpo de rojo, y él había empezado a gemir de dolor.

-Yo maté a Kuniko...-dijo-, y a otra mujer que se parecía a ti. Al acabar con su vida, algo dentro de mí murió también. Por eso, al verte, pensé que no me importaría morir de nuevo...

Masako se quitó la parka para poder abrazarlo mejor. Tenía el rostro abotargato y amoratado, era consciente que debía de tener un aspecto horrible, pero no le importaba.

-Yo estoy viva-dijo-.No te mueras.

-Es demasiado tarde-repuso él casi aliviado. Su cuerpo se estremecía. Ella acercó su cara a la herida para examinarla. Era enorme y profunda; juntó su piel y la mantuvo unida-. Es inútil -dijo él-. me has seccionado una arteria.

Sin embargo, Masako se resistía a rendirse y seguía aguantándole la cara mientras la vida se le iba poco a poco. Volvió a mirar a su alrededor: se habían encontrado en ese enorme ataúd, se habían comprendido y ahora tenían que despedirse.

-¿Me das un cigarrillo?-le pidió él con un susurro.

Masako cogió los pantalones de él, sacó un cigarrillo del bolsillo, se lo puso en los labios y lo encendió. En pocos segundos quedó empapado en sangre, pero Satake logró extraer una delgada
columna de humo.

Masako se arrodilló frente a él y le miró a la cara.

-Te llevaré a un hospital.

Satake sonrió levemente. Debía de tener también algún tendón seccionado, porque su sonrisa no fue más que un movimiento apenas perceptible en la parte del rostro que no tenía bañada en sangre.

-La mujer a quien maté me dijo lo mismo... Debe de ser el destino...

El cigarrillo cayó de sus labios y chisporroteó en el charco de sangre. Satake cerró los ojos, se había abandonado a su suerte.

-Venga, vamos.

-Si vamos a un hospital, acabaremos en la cárcel.

Tenía razón. Si salían de la fábrica, todo el peso de la ley caería sobre ellos.
Satake empezó a sufrir convulsiones y ella lo abrazó con más fuerza. Cuando sus cabezas se juntaron, notó que su piel había comenzado a enfriarse.

-Me da igual -dijo ella-. Quiero que sobrevivas.

-¿Por qué? -preguntó él en voz baja-. Después de todo lo que te he hecho...

-Si te mueres, también yo moriré. No podré seguir viviendo.

-Yo lo he hecho.

Satake cerró los ojos.

Masako intentaba taponarle la herida y detener la hemorragia, pero él parecía estar cada vez más lejos. Finalmente entreabrió los ojos y le preguntó de nuevo:

-¿Por qué quieres que sobreviva?

-Porque te entiendo -respondió Masako-. Somos iguales, y quiero que vivamos los dos.

Cuando se inclinó para besarle los labios ensangrentados, él la miró con ojos serenos. Entonces, como si no estuviera habituado a hablar con esperanza, dijo con voz vacilante:

-Nunca lo había pensado... pero con cincuenta millones... Si lográramos llegar hasta el aeropuerto de Narita, quizá podríamos salvarnos.

-Me han dicho que en Brasil se vive bien.

-¿Me llevas contigo?

-Claro, yo tampoco tengo a dónde volver.

-Ni a dónde ir... ni a dónde volver... -dijo Satake. Masako miró sus manos ensangrentadas-.

Seremos libres -añadió en un murmullo.

-Sí, libres -confirmó ella. Él alargó el brazo y le acarició la mejilla, pero sus dedos estaban terriblemente fríos-. Apenas sangras -le dijo.

Satake se limitó a asentir con la cabeza, consciente de que Masako mentía.

Out, Natsuo Kirino.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Emptiness

"Only so much can be put in an empty box"

martes, 27 de octubre de 2009

Adolescencia.

Educados en el silencio, la tranquilidad y la austeridad,
de repente se nos arroja al mundo;
cien mil olas nos envuelven,
todo nos seduce, muchas cosas nos atraen,
otras muchas nos enojan, y de hora en hora
titubea un ligero sentimiento de inquietud;
sentimos y lo que sentimos
lo enjuaga la abigarrada confusión del mundo.

Goethe

martes, 6 de octubre de 2009

Amour

Die Liebe ist ein wildes Tier
Sie atmet dich sie sucht nach dir
Nistet auf gebrochenen Herzen
Geht auf Jagd bei Kuss und Kerzen
Saugt sich fest an deinen Lippen
Gräbt sich Gänge durch die Rippen
Lässt sich fallen weich wie Schnee
Erst wird es heiß dann kalt am Ende tut es weh

Amour Amour
Alle wollen nur dich zähmen
Amour Amour am Ende
gefangen zwischen deinen Zähnen

Die Liebe ist ein wildes Tier
Sie beißt und kratzt und tritt nach mir
Hält mich mit tausend Armen fest
Zerrt mich in ihr Liebesnest
Frißt mich auf mit Haut und Haar
und würgt mich wieder aus nach Tag und Jahr
Läßt sich fallen weich wie Schnee
Erst wird es heiß dann kalt am Ende tut es weh

Amour Amour
Alle wollen nur dich zähmen
Amour Amour am Ende
gefangen zwischen deinen Zähnen

Die Liebe ist ein wildes Tier
In die Falle gehst du ihr
In die Augen starrt sie dir
Verzaubert wenn ihr Blick dich trifft

Bitte bitte gib mir Gift



Amour, Rammstein; Reise, Reise

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Einsamkeit

Se removió intraquilo en su butacón de cuero, mirando nerviosamente por toda la habitación. Dirigió su mirada a la pantalla que tenía delante, que rezaba: "No tiene correo". Maldijo en voz baja, repitiéndose a sí mismo que todo estaba bien una y otra vez, como una plegaria. Abrió sus cajones uno por uno en busca de algo por hacer, pero no encontró nada. "Vamos, vamos" pensó. "Esto no puede afectarme tanto... ¿Qué es la soledad, si tengo dinero y una bonita casa en la que vivir? No necesito a nadie... a nadie...." Una risa nerviosa salió de su garganta, al principio casi muda, pero que fue subiendo de tono hasta llenar toda la estancia, convirtiéndose en la risa de un demente. "Todo está bien, todo está bien..." canturreó, levantándose, sintiendo como el asiento crujía cuando su espalda empapada en sudor se despegaba del respaldo.

Paseó por el despacho, observando la delicada y sobria decoración, todo colocado en su sitio, sin la menor imperfección. Las paredes estaban pintadas en un tono ocre, casi imperceptible a la leve luz que entraba de la ventana, y cubiertas de pinturas de las más prestigiosas galerías de arte, piezas que cualquier coleccionista habría envidiado. Observó a su vez todas las pequeñas estatuillas que adornaban las mesitas, así como la lujosa alfombra de piel de oso que descansaba en el suelo. En un pequeño rincón, pendían medallas y diplomas, todos a su nombre. Los miró con expresión vacía, sin sentir nada, pues todos aquellos bienes, que tiempo atrás le henchían el pecho de orgullo y alegría, para él no era ya más que vanos recuerdos sin sentido. Paseó su mano por la repisa de la chimenea, quedándose observando las frías cenizas que reposaban en el lecho de la cavidad. Así se sentía en esos momentos, como un fuego ya apagado y olvidado.

Y es que ya no le quedaba nada más que su tremenda soledad, pues había perdido a la única persona con la que contaba. La pena que sentía en aquellos momentos era algo indescriptible, tan doloroso como si algo le estuviera devorando las entrañas. Se llevó una mano al pecho, notando como este palpitaba dolorido. "¿Por qué...? ¿Por qué te has ido...?" Notó como los ojos se le inundaban de lágrimas, que recorrían sus mejillas incansablemente. Como si de un niño se tratase, cayó sobre sus rodillas, sollozando, llorando desconsolado. "No me queda nada..."

Minutos después, se calmó, enjugándose las lágrimas con decisión. Volvió a su sillón, sentándose en él, totalmente agotado, cansado de todo. Ni siquiera dejó una nota ¿Para qué? No habría nadie que la leyera. Con parsimonia abrió el último de sus cajones, el que siempre estaba cerrado con llave, y de él extrajo una bonita Glock del calibre 25, que acarició y mimó. "Bien vieja amiga... ¿Te parece si le haces un último favor a tu amo?"

Se la llevó a la sien, y cerrando los ojos por última vez apretó el gatillo. La estancia brilló ante el estallido del arma, pero después se apagó, así como la vida de su propietario.


Escrito por Luebke, 18/09/09

sábado, 12 de septiembre de 2009

Caín


La salvación de mis penalidades vino de una manera totalmente inesperada y fue acompañada al mismo tiempo de algo nuevo que ha estado actuando hasta hoy en mi vida. En nuestro colegio había ingresado hacía poco un nuevo alumno. Era hijo de una viuda rica, que había venido a vivir a nuestra ciudad, y llevaba un brazalete negro en la manga. Iba a una clase superior a la mía y tenía unos años más; pero a mí, como a todos, me llamó en seguida la atención.

Este alumno tan sorprendente parecía mucho mayor de lo que en realidad era. A nadie le daba la impresión que fuera un chico. Entre nosotros se movía extraño y maduro, como un hombre, como un señor más bien. No era popular, no participaba en los juegos y menos en las peleas; únicamente su tono seguro y decidido frente a los profesores nos gustaba. Se llamaba Max Demian.

Un día, como solía ocurrir en nuestro colegio, instalaron a otra clase en nuestra espaciosa aula, por no sé qué motivos. Esta clase era la de Demian. Nosotros, los pequeños, teníamos Historia Sagrada, y los mayores debían hacer una redacción. Mientras nos explicaban la historia de Caín y Abel, yo miraba de reojo la cara de Demian, que me fascinaba de manera extraña, y observaba aquel rostro seguro, inteligente y claro inclinado sobre su trabajo con atención y carácter.

No parecía en absoluto un alumno haciendo sus deberes, sino un investigador dedicado a sus propios problemas. En el fondo no me resultaba simpático; al contrario, sentía algo contra él: me resultaba superior y frío, demasiado seguro de sí mismo. Sus ojos tenían la expresión de los adultos —que nunca gusta a los niños—, un poco triste y con destellos de ironía.

Pero yo me sentía obligado a mirarle constantemente, me gustara o no; sin embargo, cuando él me dirigía la mirada, yo apartaba los ojos asustado. Si hoy recuerdo el aspecto que tenía Demian entonces, puedo decir que era diferente a todos los demás en cualquier sentido y que tenía una personalidad muy definida; por eso mismo llamaba la atención, aunque él hacía todo lo posible por pasar inadvertido, comportándose como un príncipe disfrazado que se encuentra entre campesinos y se esfuerza en parecer uno de ellos.

Al terminar las clases, salió detrás de mí. Cuando los demás se dispersaron, me alcanzó y saludó. También este saludo resultaba muy adulto y cortés, aunque imitara nuestro tono de colegiales.
—¿Vamos un rato juntos? —me preguntó con amabilidad.
Me sentí muy halagado y dije que sí. Entonces le expliqué dónde vivía.
—¡Ah! ¿Allí? —dijo sonriendo—. Conozco esa casa. Sobre vuestra puerta hay una cosa muy curiosa que me ha interesado desde que la vi.

No supe al principio a lo que se refería y me asombró que conociera mi casa mejor que yo. Debía referirse al escudo que campeaba sobre el portón; con el paso del tiempo se había desgastado y había sido pintado varias veces; creo que no tenía nada que ver con nosotros y nuestra familia.

—No sé lo que es —dije tímidamente—. Me parece que es un pájaro o algo parecido. Debe ser muy antiguo. Dicen que la casa perteneció antiguamente a un convento.
—Puede ser —asintió él—. Obsérvalo bien; esas cosas suelen ser muy interesantes. Creo que el pájaro es un gavilán.
Seguimos adelante, yo muy aturdido. De pronto, Demian se rió, como si se le hubiera ocurrido algo muy divertido.
—Hoy he asistido a vuestra clase —dijo muy animado—. Sobre la historia de Caín, el que llevaba un estigma en la frente, ¿no? ¿Te gusta?

No, pocas veces me gustaba algo de lo que tenía que estudiar. Sin embargo, no me atrevía a decirlo, porque era como si estuviera hablando con una persona mayor. Contesté que la historia me gustaba.
Demian me dio unas palmaditas en el hombro.

—No necesitas fingir, amigo. Pero esa historia es verdaderamente muy rara, mucho más que la mayoría de las que se tratan en clase. El profesor no ha dicho mucho; sólo lo habitual sobre Dios y el pecado, y todo eso. Pero yo creo…
Se interrumpió sonriendo y me preguntó:
—Oye, ¿pero esto te interesa? Pues yo creo —continuó— que la historia de Caín se puede interpretar de manera muy distinta. La mayoría de las cosas que nos enseñan son seguramente verdaderas, pero se pueden ver desde otro punto de vista que el de los profesores y generalmente se entienden entonces mucho mejor. Por ejemplo, no se puede estar satisfecho con la explicación que se nos da de Caín y la señal que lleva en su frente.

¿No te parece? Que uno mate a su hermano en una pelea, puede pasar; que luego le dé miedo y se arrepienta, también es posible; pero que precisamente por su cobardía le recompensen con una distinción que le proteja y que inspire miedo a los demás, eso me parece muy raro.
—Sí, es verdad —dije interesado. El asunto empezaba a intrigarme—. ¿Pero cómo vas a interpretar si no la historia?
Me dio una palmada en el hombro.
—¡Muy sencillo! El estigma fue lo que existió en un principio, y en él se basó la historia. Hubo un hombre con algo en el rostro que daba miedo a los demás. No se atrevían a tocarle; él y sus hijos les impresionaban. Quizá, o seguramente, no se trataba de una auténtica señal sobre la frente, de algo como un sello de correos; la vida no suele ser tan tosca. Probablemente fuera algo apenas perceptible, inquietante: un poco más de inteligencia y audacia en la mirada.

Aquel hombre tenía poder, aquel hombre inspiraba temor. Llevaba una «señal». Esto podía explicarse como se quisiera; y siempre se prefiere lo que resulta cómodo y da razón. Se temía a los hijos de Caín, que llevaban una «señal». Ésta no se explicaba como lo que era, es decir, como una distinción, sino como todo lo contrario. La gente dijo que aquellos tipos con la «señal» eran siniestros; y la verdad, lo eran. Los hombres con valor y carácter siempre les han resultado siniestros a la gente. Que anduviera suelta una raza de hombres audaces e inquietantes resultaba incomodísimo; y les pusieron un sobrenombre y se inventaron una leyenda para vengarse de ellos y justificar un poco todo el miedo que les tenían. ¿Comprendes?

—Sí, eso quiere decir que Caín no fue malo. Entonces, ¿toda la historia de la Biblia es mentira?
—Sí y no. Estas viejas historias son siempre verdad, pero no siempre han sido recogidas y explicadas como debiera ser. Yo pienso que Caín era un gran tipo y que le echaron toda esa historia encima sólo porque le tenían miedo. La historia era simplemente un bulo que la gente contaba; era verdad sólo lo referente al estigma que Caín y sus hijos llevaban y que les hacían diferentes a la demás gente.

Yo estaba asombrado.
—¿Y crees que lo del asesinato no fue tampoco verdad? —pregunté emocionado.
—¡Oh, sí! Seguramente es verdad. El más fuerte mató a uno más débil. Que fuera su hermano, eso ya se puede dudar. Además, no importa; a fin de cuentas, todos los hombres son hermanos. Así que un fuerte mató a un débil. Quizá fue un acto heroico, quizá no lo fue. En todo caso los débiles tuvieron miedo y empezaron a lamentarse mucho. Y cuando les preguntaban: «¿Por qué no le matan?», ellos no contestaban: «Porque somos unos cobardes», sino que decían: «No se puede. Tiene una señal. ¡Dios le ha marcado!» Así nació la mentira. Bueno, no te entretengo más. ¡Adiós!

Dobló por la Altgasse y me dejó solo, sorprendido como jamás en toda mi vida. Nada más desaparecer, todo lo que me había dicho me pareció increíble. ¡Caín un hombre noble y Abel un cobarde! ¡La señal que llevaba Caín en la frente era una distinción! Era absurdo, blasfemo e infame. Y Dios, ¿dónde se quedaba? ¿No había aceptado el sacrificio de Abel? ¿No quería a Abel? ¡Qué tontería! Y empecé a pensar que Demian me había tomado el pelo y quería ponerme en ridículo. ¡Qué chico más inteligente y qué bien hablaba!

Pero no, no podía ser.


Demian, Hermann Hesse

lunes, 27 de julio de 2009

Mediterráneo

Quizás porque mi niñez
sigue jugando en tu playa
y escondido tras las cañas
duerme mi primer amor,
llevo tu luz y tu olor
por donde quiera que vaya
y amontonando en tu arena
guardo amor, juegos y penas
yo...
que en la piel tengo el sabor
amargo del llanto eterno
que han vertido en ti cien pueblos
de Algeciras a Estambul
para que pintes de azul
sus largas noches de invierno.
A fuerza de desventuras
tu alma es profunda y oscura.
A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino.
Soy cantor, soy embustero
me gusta el juego y el vino.
Tengo alma de marinero.
Que le voy a hacer, si yo
nací en el Mediterráneo.
nací en el Mediterráneo.
Y te acercas, y te vas
después de besar mi aldea.
Jugando con la marea
te vas, pensando en volver.
Eres como una mujer
perfumadita de brea
Que se añora y que se quiere
que se conoce y se teme,
ay...
Si un día para mi mal
viene a buscarme la parca,
empujad al mar mi barca
con un levante otoñal
Y dejad que el temporal
desgüace sus alas blancas.
y a mi enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo
En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
quiero tener buena vista.
Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista.
Cerca del mar. porqué yo
nací en el Mediterráneo.
nací en el Mediterráneo.




Mediterráneo, Joan Manuel Serrat

jueves, 2 de julio de 2009

Loveless

Prologue

When the war of the beasts brings about the world’s end
The goddess descends from the sky
Wings of light and dark spread afar
She guides us to bliss, her gift everlasting

Act I

Infinite in mystery is the gift of the goddess
We seek it thus, and take it to the sky
Ripples form on the water’s surface
The wandering soul knows no rest


Act II

There is no hate, only joy
For you are beloved by the goddess
Hero of the dawn, Healer of worlds
Dreams of the morrow hath the shattered soul
Pride is lost
Wings stripped away, the end is nigh

Act III

My friend, do you fly away now?
To a world that abhors you and I?
All that awaits you is a somber morrow
No matter where the winds may blow
My friend, your desire
Is the bringer of life, the gift of the goddess
Even if the morrow is barren of promises
Nothing shall forestall my return


Act IV

My friend, the fates are cruel
There are no dreams, no honor remains
The arrow has left the bow of the goddess
My soul, corrupted by vengeance
Hath endured torment, to find the end of the journey
In my own salvation
And your eternal slumber
Legend shall speak
Of sacrifice at world’s end
The wind sails over the water’s surface
Quietly, but surely

Act V

Even if the morrow is barren of promises
Nothing shall forestall my return
To become the dew that quenches the land
To spare the sands, the seas, the skies
I offer them this silent sacrifice.


Final Fantasy Crisis Core

jueves, 18 de junio de 2009

Her ghost in the fog

The moon, she hangs like a cruel portrait
Soft winds whisper the bidding of trees
As this tragedy starts with a shattered glass heart
And the mid-nightmare trampling of dreams

But oh, no tears please
Fear and pain may accompany death
But it is desire that shepherds its certainty
As we shall see

She was divinity's creature that kissed in cold mirrors
A queen of snow, far beyond compare
Lips attuned to symmetry sought her everywhere
Dark liquored eyes, an Arabian nightmare

She shone on watercolors of my pond life as pearl
Until those who couldn't have her, cut her free of this world

That fateful eve when the breeze stank of sunset and camphor
Their lanterns chased phantoms and threw
An inquisitive glance, like the shadows they cast
On my love picking rue by the light of the moon

Putting reason to flight or to death is their way
They crept through woods mesmerized
By the taffeta ley of her hips that held sway
Over all they surveyed save a mist on the rise
A deadly blessing to hide her ghost in the fog
They raped and left, five men of God, her ghost in the fog

Dawn discovered her there beneath the cedar's stare
Silk dress torn, her raven hair flown to gown her beauty bared
Was starred with frost, I knew her lost
I wept 'til tears crept back to prayer

She'd sworn me vows in fragrant blood
"Never to part, lest jealous Heaven stole our hearts"
Then this I screamed ,"Come back to me
For I was born in love with thee
So why should fate stand in between?"

And as I drowned her gentle curves
With dreams unsaid and final words
I espied a gleam trodden to earth
The church bell tower key

The village mourned her by goodbye
For she'd been a witch, their men had longed to try
And I broke under Christ seeking guilty signs
My tortured soul on ice

A queen of snow, far beyond compare
Lips attuned to symmetry, sought her everywhere
Trappistine eyes, an Arabian nightmare
She was Ursuline possessed of a milky white skin
My porcelain yin, a graceful Angel of sin

And so for her the breeze stank of sunset and camphor
My lantern chased her phantom and blew
Their chapel ablaze and all locked in to a pain
Best reserved for judgment that their Bible construed

Putting reason to flight or to flame unashamed, I swept from cries
Mesmerized by the taffeta ley of her hips that held sway
Over all those at bay, save a mist on the rise
A final blessing to hide, her ghost in the fog
And I embraced where lovers rot, her ghost in the fog
Her ghost in the fog, her ghost in the fog




Her ghost in the fog, Cradle of Filth

jueves, 4 de junio de 2009

Black as the Devil painteth

An artist is what is call'd the self the brush holdeth -
Though hath it then caringly caress'd the Canvas of tomorrow?
O Canvas! for thee I hold my tool - still passionless it quivereth
Minding not that my hands are more than apt;
My Muse,

Where is hidden
The blue-hued arch'neath the High Heaven's rich emblazonry
The flowery meadow, embrac'd by the horizon -
snowflaked and aery mountains,
In which the barebreasted maidens dance to the lay o'midsummer,
[Más Letras en es.mp3lyrics.org/PwYw]
Aloft the distant lazy flapping of the doves in vaingfore.

O Canvas! wherefore canst thou these images not allow? -
I deem a projection of my Theatre they sould be! -
Then, I challenge thee the wisdom of naysaying the yearns o'mine -
What is this unforeseen that not enjoyneth light
shades to be skillfully painted?

The raven sky prey'd on by the snowfill'd, blustery clouds
Unadorned the meadow - hunger driveth the wolf out of the wood,
The maidens chained and whipped within a dreary dungeon -
And, fo! 'twixt the wizen roses a mossy grave;
"The Devil is as Black as He Painteth" -
O Canvas! wherefore...?


Theatre of Tragedy, Black as the devil Painteth

domingo, 31 de mayo de 2009

Reflexiones de un perfecto shinigami




Hacía rato que la tarde había caído sobre la vieja ciudad de Londres, y con ella las viles alimañas que habitaban en ella comenzaban a despertar de su letargo diurno. Por los oscuros nauseabundos callejones se podían encontrar desde vulgares ladrones hasta mendigos harapientos. Y es que, la noche descubría una cara muy diferente de Londres: una faceta malvada, hedionda y siniestra.

Nunca me gustó esta ciudad. Paseo indiferente observando con desdén a los marginados sociales que habitaban en el callejón, retorciéndose en sus agonías. La mayoría estaban medio desfigurados, vestidos con harapos y mendigando una compasión que bien sabían imposible de conseguir. Me parecían despreciables, seres corruptos llegados en su mayoría a su situación como producto de una vida auto-destructiva basada en el dinero, el juego y el alcohol. Son repugnantes, y he de decir que jamás en todos mi años como shinigami, he conseguido ni creo llegar a conseguir entender a los humanos.

Su existencia me parece francamente miserable, pues, ¿Cuánto dura una vida humana? ¿Setenta, ochenta años, con suerte? Lo cierto es que la mayoría de los que habitan en este callejón no llegarán a los cincuenta, y yo me encargaré de ello.

Soy un shinigami modelo, trabajador innato y eficaz como el que más. Puedo decir con orgullo que ninguna queja pesa a la espalda de William .T. Spears, y que para mí mi trabajo como Dios de la Muerte.

Mi tarea consiste en recolectar almas, clasificar los recuerdos y por último rellenar los informes, y debo decir que en todos mis años como shinigami, aún no me he cansado de todo esto.

Debo decir también que en tantos años he pensado bastante sobre la existencia del ser humano. ¿Acaso merece la pena? Por lo general, los humanos terminan cayendo en esa rutina que tanto temen: trabajan, se juntan, tienen descendencia y tras unos pocos años, mueren. ¿No es acaso una ridiculez en comparación con nuestra vida eterna? ¿Qué sentido tiene el nacer para después morir, o peor, para acabar como la escoria de este callejón? ¿Cuál es el fin de una vida corta y repleta de sufrimiento y desdicha? ¿Acaso compensa? Porque, ¿qué hay después de la muerte humana? Sus recuerdos quedarán archivados en las frías salas de nuestra biblioteca, así como su cuerpo se pudrirá, quedando reducido a la nada.

Y aquí comienza mi trabajo. Con precisión, comienzo a segar las vidas de los moribundos de un certero tajo de mi guadaña, Ellos no pueden verme, pues tenemos el don de hacernos visibles o invisibles al ojo humano a voluntad.

Es curioso cuando un humano muere. Aunque sepa que está enfermo, aunque sepa que va a morir, siempre muestra cierta sorpresa, como si no se lo esperara.

Esto ya es para mí una rutina, y cada vez más, los humanos me parecen iguales, todos igual de patéticos. Sé que con esto puedo parecer un monstruo, pero ¿no es acaso normal después de centenares de años segando vidas?

Permanezco impertérrito, presa de un mutismo absoluto. Avanzo inmutable por el callejón, llevándome conmigo todas las almas que aparecen en mi lista, observando como las vidas escapan de sus respectivos cuerpos. No dejo ni una, no me olvido de ninguna, siego todo atisbo de vida con mi guadaña, y cuando no queda un solo ser vivo en el callejón, trepo de un salto a uno de los tejados, observando el reguero de cuerpos tirados en el suelo, yermos, fríos, muertos. Me subo las gafas con la punta de mi guadaña, echando una última mirada de satisfacción y aprobación al callejón, pues soy un amante del trabajo bien hecho. Miro mi reloj de bolsillo, corroborando que he terminado en menos tiempo del que esperaba. Paseo por los tejados de esta oscura ciudad, observando a la gente caminar apresuradamente por las calles. Puedo sentir su miedo desde aquí, saben que “algo” les observa. No puedo evitar que una sonrisa aparezca en mi rostro, rompiendo por un momento mi seriedad. Sé que parece cruel, pero, ¿acaso no se puede disfrutar con tu trabajo...?


viernes, 29 de mayo de 2009

Un sueño

¡Recibe en la frente este beso!
Y, por librarme de un peso
antes de partir, confieso
que acertaste si creías
que han sido un sueño mis días;
¿Pero es acaso menos grave
que la esperanza se acabe
de noche o a pleno sol,
con o sin una visión?
Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueno.

Frente a la mar rugiente
que castiga esta rompiente
tengo en la palma apretada
granos de arena dorada.
¡Son pocos! Y en un momento
se me escurren y yo siento
surgir en mí este lamento:
¡Oh Dios! ¿Por qué no puedo
retenerlos en mis dedos?
¡Oh Dios! ¡Si yo pudiera
salvar uno de la marea!
¿Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueño?

Edgar Allan Poe

miércoles, 20 de mayo de 2009

After Dark

Perfil de una gran ciudad.
Captamos esta imagen desde las alturas, a través de los ojos de un ave nocturna que vuela muy alto.
En el amplio panorama, la ciudad parece un gigantesco ser vivo. O el conjunto de una multitud de corpúsculos entrelazados. Innumerables vasos sanguíneos se extienden hasta el último rincón de ese cuerpo imposible de definir, transportan la sangre, renuevan sin descanso las células. Envían la información nueva y retiran la información nueva. Envían consumo nuevo y retiran consumo viejo. Envían contradicciones nuevas y retiran contradicciones viejas. Al ritmo de las pulsaciones del corazón parpadea todo el cuerpo, se inflama la fiebre, bulle. La medianoche se acerca y, una vez superado el momento de máxima actividad, el metabolismo basal sigue, sin flaquear, a fin de mantener el cuerpo con vida. Suyo es el zumbido que emite la ciudad en un bajo sostenido. Un sonido sin vicisitudes, monótono, aunque lleno de presentimientos.

Nuestra mirada escoge una zona donde se concentra la luz, enfoca aquel punto. Empezamos a descender despacio hacia allí. Un mar de luces de neón de distintos colores. Es lo que llaman un barrio de ocio. Las enormes pantallas digitales instaladas en las paredes de los edificios han enmudecido al aproximarse la medianoche, pero los altavoces de las entradas de los locales siguen vomitando sin arredrarse música hip-hop en todos exageradamente graves. Grandes salones recreativos atestado de jóvenes. Estridentes sonidos electrónicos. Grupos de universitarios que vuelven de fiesta. Adolescentes con el pelo teñido de rubio y piernas robustas asomando por debajo de la minifalda. Oficinistas ajetreados que cruzan corriendo la encrucijada a fin de no perder el último tren. Aún ahora, los reclamos de los karaokes siguen invitando alegremente a entrar. Un coche modelo Wagon de color negro y decorado de forma llamativa recorre el despacio las calles como si hiciera inventario. Lleva una película negra adherida a los cristales. Parece una criatura, con órganos y piel especiales, que habita en las profundidades del océano. Una pareja de policías jóvenes hace la ronda por la misma calle con expresión tensa, pero casi nadie repara en ellos. A aquellas horas, el barrio funciona según sus propias reglas. Estamos a finales de otoño. No sopla el viento, pero el aire es frío. Dentro de muy poco comenzará un nuevo día.


After Dark, Haruki Murakami

sábado, 16 de mayo de 2009

Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes

Señores: su comisión me ha honrado la difícil tarea de pronunciar la conferencia en honor de Williams sobre el asesinato considerado como una de las Bellas Artes; una tarea que podría haber sido fácil hace tres o cuatro siglos, cuando se sabía poco de este arte, y aún eran pocos los modelos expuestos, pero en esta época, cuando los profesionales han ejecutado excelentes obras maestras, es evidente que el público reclamará una mejora correspondiente en el estilo de crítica que se les aplique. La teoría y la práctica tienen que avanzar pari passu. La gente comienza a comprobar que hay algo más que contribuye a la comisión de un bello asesinato que un par de zoquetes que matan o mueren, un cuchillo y un callejón oscuro. El diseño, caballeros, la disposición del grupo, la luz y la sombra, la poesía, el sentimiento, se juzgan ahora indispensables para intentos de esa naturaleza.

Thomas de Quincey

martes, 5 de mayo de 2009

Seraphic Deviltry

Whether He the quaint savant's power doth hold I know not,
Albeit aetat a thousand stars' birth He is -
Quoth I that for reasons to me oblivious
August of a granditude of servants is He held,
And by plastic consonantry e'en more servants to the host added are -
Pelf they are, dare I say!
Maugre His diurnal seraphic deviltry
I say that deviltry - 'tis forsooth deviltry! -
Mind not this in scintillating shades clad is;
To claim the glore is He suffer'd.
"Grant me the fallings", quoth He, "the fatter the better!",
And died they of starvation;
They are not slaughtering their fatlings;
They are slaughtering themselves.
Sith I at time of yester the questions durst ask,
And dare I say this burden weightful was,
Wrack of His machine-like motion was I named,
Tho' blind and fond the jesters rebuilt
The machine alike - yet whetted a dight are its edges...


Seraphic Deviltry, Theatre of tragedy

miércoles, 29 de abril de 2009

And when he falleth




"Be my kin free fro carnal sin,

Bridle the thoughts of thy Master."

"There hath past away a glore fro the Earth;

A glore that in the hearts and minds of men,

Men dementéd - blindfoldéd by light,

Nourisheth as weed in their well-groom'd garths."

"Might I too was blindfoldéd ere,

"The quality of mercy and absolution,

Tho' years have master'd me

Whence cometh such qualities?

A masque of this to fashion:

Build thyself a mirror in which

Seer blest, thou best philosopher!"

Solely wanton images of thy desire appear!"

"'Tis the Divine Comedy -

"'Tis the Divine Tragedy -

The fool and the mocking court;

The fool and the mocking court;

Fool, kneel now, and ring thy bells!

Fool, kneel now, and ring thy bells!

We hold the Earth fro Heaven away."

Make us guffaw at thy futile follies,

Yet for our blunders - Oh, in shame;

Earth beareth no balm for mistakes -

We hold the Earth fro Hell away."


[Dialogue:]


[Male Voice]

That cross you wear around your neck;

is it only a decoration, or are you a

true Christian believer?


[Female Voice]

Yes, I believe - truly.


[Male Voice]

Then I want you to remove it at once!

- and never to wear it within this castle

again! Do you know how a falcon is trained my

dear? Her eyes are sewn shut. Blinded temporarily

she suffers the whims of her God patiently, until

her will is submerged and she learns to serve -

as your God taught and blinded you with

crosses.


[Female Voice]

You had me take off my cross because it

offended....


[Male Voice]

It offended no-one. No - it simply appears

to me to be discourteous to... to wear

the symbol of a deity long dead.

My ancestors tried to find it. And to open

the door that seperates us from our Creator.


[Female Voice]

But you need no doors to find God.

If you believe....


[Male Voice]

Believe?! If you believe you are...gullible.

Can you look around this world and believe

in the goodness of a god who rules it?

Famine, Pestilence, War, Disease and Death!

They rule this world.


[Female Voice]

There is also love and life and hope.


[Male Voice]

Very little hope I assure you. No. If a god

of love and life ever did exist...he is long

since dead. Someone...something rules in his

place.


[sung:]

"Believe? In a deity long dead? -

I would rather be a pagan suckléd in creeds outworn;

Whith faärytales fill'd up in head;

Thoughts of the Book stillborn."

"Shadow of annoyance -

Ne'er come hither!

...And when He falleth, He falleth like Lucifer,

Ne'er to ascend again..."

jueves, 16 de abril de 2009

Reflexiones de un carnicero


Es como música para mis oídos. Un sonido penetrante, mecánico: las diferentes piezas que dan vida al aparato chocando unas contra otras, vibrando, chirriando, haciendo que respire. Es maravilloso el pensar que una serie de mecanismos consigan que un cuerpo quede totalmente destrozado e incluso irreconocible. Lo que antes podía ser bello, logro que se transforme en algo morboso y siniestro, que hace volver el rostro de todo aquel que lo mire. Me considero un artista en mi campo, pues el degüello y la carnicería son un arte, al fin y al cabo. No es una tarea que cualquiera pueda realizar, y debo decir que chapuzas hay en todas partes. Estos, en concreto, asesinan a sus víctimas por motivos banales, superficiales, como pueden ser celos, dinero o venganza. Mis razones van más allá, es puramente amor a la matanza, a la sangre y su soberbio color rojo.

Cuando hago impactar mi motosierra en el cuerpo de mi desafortunada víctima, su dulce cántico se mezcla con el rumor de huesos partiéndose y astillándose, seguido del suave sonido de la sangre fluyendo en todas direcciones. Mi cara queda cubierta por ella, y a través del asa siento como los órganos se desgarran, las entrañas quedan destrozadas y finalmente como la vida se escapa. Observo con una gran sonrisa el paisaje que se dibuja en frente mía. Una bella mujer se encuentra en el suelo, desparramada y con el pecho abierto, dejando ver su interior con todo esplendor. Contemplo como me mira con ojos moribundos, segundos antes de que se le escape su último aliento. No pudo matarle, a pesar de todas las vidas que había arrebatado, no pudo terminar con aquel que compartía su misma sangre, aquella de las personas que tanto quería y que perdió hace mucho. Desprecio profundamente a este tipo de gente. Ella se ofreció a matar, a seguirme en mi insano juego, pero se echó atrás. No sentía ningún tipo de emoción hacia ella, en todo caso desprecio por su traición hacia este arte, pero ahora, tal y como estoy cubierto de su sangre y observando el gran charco granate que se forma en torno a ella, no puedo sino quedar admirado ante tan bello espectáculo. Ese color...

Todo el mundo atribuye a la muerte el color negro, quizás por aquello de que cuando uno muere es engullido por la más profunda, aterradora y fría oscuridad. Mas yo pienso de otra manera. La muerte debe ser roja, como la sangre, ¿O es que acaso hay algo más hermoso que el ver como un río carmesí fluyendo desde un cuerpo moribundo, el ver como la vida escapa poco a poco del que pronto será cadáver?

Me agacho junto a lo que queda de la que antes era una respetable aristócrata, y con cuidado de no destrozar mi obra de arte, la examino detenidamente, deleitándome en cada salpicadura. Me quito un guante y acerco una mano hasta la herida, impregnando mi piel con aquel líquido, aún caliente, que antes daba vida a la mujer. Puedo sentir mi emoción al llevar el fluido hasta mis labios, probándolo y embelesándome con su sabor metálico.

Pero mi ritual debe acabar, pues se acerca la mañana y pronto vendrán a recoger mi gran obra. Me levanto, algo decepcionado, pues me gustaría pasar más tiempo con ella, pero Scotland Yard vendrá pronto y debo retirarme. Echando un último vistazo hacia atrás, vuelvo a sonreír, para después desaparecer en la oscuridad del callejón.

viernes, 20 de marzo de 2009

El sueño de la mariposa

"Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar, ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

viernes, 13 de marzo de 2009

Dust in the wind

I close my eyes, only for a moment, and the moment's gone
All my dreams, pass before my eyes, a curiosity
Dust in the wind, all they are is dust in the wind.
Same old song, just a drop of water in an endless sea
All we do, crumbles to the ground, though we refuse to see

Dust in the wind, all we are is dust in the wind
Don't hang on, nothing lasts forever but the earth and sky
It slips away, and all your money won't another minute buy.

Dust in the wind, all we are is dust in the wind
Dust in the wind, everything is dust in the wind.


Dust in the wind, Kansas

miércoles, 11 de marzo de 2009

El corazón delator

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:

-¿Quién está ahí?

Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.

Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.

Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.

Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.

Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!

-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!

Fin



Edgar Allan Poe