domingo, 2 de enero de 2011

Desperate Cry [Interludio]



El ocaso llegó al ritmo de las trompetas de guerra. La decisión estaba tomada, los ejércitos se colocaron en posición, inquietos y ansiosos por batirse con el odiado enemigo. Entre las filas de hombres, se oían murmullos de impaciencia, maldiciones y jadeos de anhelo. A la cabeza de los hombres, se alzaba el orgulloso Berwald, con la mirada fija en el horizonte, esperando a que las tropas danesas empezaran a emerger. No iba a ser un combate fácil, pues los daneses eran fieros guerreros, pero tampoco sus hombres se quedaban atrás. Apretó el agarre en torno a su fiel compañera, su mejor lanza, la cual tenía aún muescas de los viejos hachazos del danés. Inspiró profundamente, llenándose los pulmones de aire, dejándolo salir lentamente después. No podía evitar sentirse un tanto inquieto por la batalla, algo que jamás le había pasado. No importaba cuan fuerte fuera el enemigo, siempre esperaba las batallas con serenidad y frialdad. Pero en aquella ocasión, se sentía ansioso, como si quisiera que todo terminara de una vez.

Finalmente, el momento llegó. En la colina de en frente, comenzaron a divisarse grupos de hombres gritando y yendo directamente hacia ellos. Con un grito en sueco, sus tropas hicieron lo propio, cargando hacia los enemigos. El combate fue una verdadera carnicería. Difícil tarea fue el contar muertos y heridos a la media noche, cuando se hizo un descanso hasta la mañana siguiente. Esa misma noche tanto el danés como el sueco fueron convocados en una reunión.

Entró rápidamente el sueco, encontrándose de lleno con el órgano principal de su gobierno. Sentose en una silla, frente a ellos, y finalmente miró a sus líderes.

-¿De qué se trata? Si es por el recuento de bajas, no estará listo hasta mañana por la...

-No son las bajas lo que nos atañe en este momento, Sverige.- dijo el primer ministro, mirándole con gravedad. hemos llegado a un pacto con esa escoria danesa.

Berwald parpadeó, incrédulo. Su gobierno era conocido por su especial reticencia a la hora de firmar pactos a menos que fueran de cara a la rendición enemiga.

-¿Los daneses se han rendido?- preguntó, extrañado, pues Denmark no era precisamente famoso por acostumbrar a rendirse, por grande que fuera el enemigo o difícil que fuera la situación. El sueco apostaría una mano que antes prefería morir en combate antes de rendirse.

-Ya nos gustaría, hijo.- dijo el más mayor de los ministros, el de defensa y asuntos exteriores, conocido por su orgullo y rectitud.- pero han sido tan obstinados como de costumbre.

-Entonces... ¿Cúal es el trato?- preguntó el sueco, enarcando una ceja.

-Un duelo.- dijo el primer ministro- un duelo entre Denmark y tú.

Berwald se quedó mudo, procesando las palabras de su ministro.

-¿D-Disculpe? ¿Me está diciendo... que reducirán una guerra a un combate entre naciones...?- preguntó con un hilo de voz.

-Así es. Se realizará mañana a primera hora de la mañana. Confiamos plenamente en ti, Sverige.-dijo el anciano ministro, dando por concluída la reunión.

Berwald se quedó un momento estático, pero después de una respetuosa reverencia salió de la tienda sin decir nada más. Sin cambiar la cara y totalmente en tensión, se dirigió a su habitáculo, sentándose en la cama. En aquel momento y por primera vez en su vida, se sentía superado por sus propias sensaciones. ¿Batirse en duelo con Den? ¿En qué estaban pensando? ¿No habían superado ya la etapa de la Edad Media?

Se echó en la cama, quitándose las gafas con cuidado para poder frotarse el puente de la nariz mientras cerraba los ojos. Estaba terriblemente cansado de la batalla, y debía dormir si al día siguiente quería poder estar lúcido. Suspiró, mientras pensaba que en aquella ocasión, su gobierno no había sido muy acertado en sus ideas. No tardó en quedarse dormido, murmurando cierto nombre danés en su agitado ensueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario